El Siglo XX: De la tradición artesanal a la apicultura moderna en Chile
El siglo XIX había terminado con las abejas ya asentadas y con un Estado que recién comenzaba a interesarse por la apicultura. El siglo XX, en cambio, sería el tiempo de la expansión, la organización y la modernización. Fue un siglo de cambios profundos: desde las colmenas rústicas de campo hasta las modernas colmenas de marco móvil, pasando por congresos, libros, censos, plagas y hasta las primeras exportaciones a gran escala.
1900s: Los primeros cursos y manuales
En 1901, la Quinta Normal de Santiago abrió los primeros cursos de apicultura en Chile, marcando un hito en la enseñanza formal de la actividad. El encargado era Carlos Echeverría Cazotte, el mismo que a fines del XIX había recorrido el país como “agente de propaganda apícola” .
En 1902, publicó Colmenas y Colmenares, el primer libro técnico chileno sobre apicultura, donde recogía experiencias, planos de colmenas y consejos prácticos. Era un texto pensado para agricultores que querían profesionalizar lo que hasta entonces se hacía de manera intuitiva.
1920s: El primer Congreso de Apicultores
En 1925, en la Quinta Normal de Santiago, se celebró el Primer Congreso Chileno y Sudamericano de Apicultores. Vinieron productores de varias provincias, se discutió sobre manejo de colmenas, mercados y —atención— la protección de los bosques melíferos del sur.
Este congreso marcó la primera vez que la apicultura chilena se organizó a nivel continental, dejando en claro que la miel del sur de Chile ya tenía fama en el extranjero.
1930s–1950s: Una apicultura artesanal, pero en crecimiento
Durante la primera mitad del siglo, la apicultura seguía siendo en gran medida artesanal y campesina. La mayoría de las colmenas eran rústicas, construidas de madera local, y se manejaban con poca tecnología.
Aun así, el número de colmenas fue aumentando, especialmente en el centro-sur, donde la diversidad de flores y bosques nativos daba mieles apreciadas por su sabor y color.
1960s–1970s: Censos y expansión
En estos años la apicultura comenzó a mirarse con ojos más técnicos. En 1975, un censo apícola registró alrededor de 525.000 colmenas, de las cuales un 85% todavía eran rústicas y solo un 15% modernas .
Los programas de extensión agrícola —muchos de ellos impulsados en regiones áridas como el Norte Chico— comenzaron a promover el uso de colmenas de marco móvil y mejores prácticas sanitarias.
⚠️ La década de 1990: crisis y modernización forzada
El mundo apícola recuerda los años 90 como la época en que llegó un enemigo invisible pero devastador: el ácaro Varroa destructor.
1992: La llegada de la Varroa a Chile
En 1992 se confirmó oficialmente la presencia de Varroa en colmenas chilenas. Hasta entonces, Chile había estado relativamente protegido por su geografía y la cordillera, pero el comercio y el movimiento de colmenas terminaron abriendo la puerta.
La Varroa se alimenta de la hemolinfa de las abejas y transmite virus, debilitando las colonias hasta colapsarlas. La apicultura nacional, que en gran parte seguía siendo artesanal y con colmenas rústicas, no estaba preparada.
El impacto en los censos
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En 1975, el país registraba unas 525 mil colmenas (85% rústicas, 15% modernas).
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En 1997, apenas cinco años después de la llegada de la Varroa, el censo mostraba 331 mil colmenas: una caída dramática de casi el 40%.
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La producción bajó y muchos pequeños apicultores abandonaron la actividad.
El lado positivo: modernización acelerada
La crisis, sin embargo, tuvo un efecto inesperado: forzó la modernización.
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En 1975, solo un 15% de las colmenas eran modernas.
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Para 1997, esa cifra había subido al 63,5%.
La necesidad de controlar la plaga obligó a los apicultores a incorporar tratamientos sanitarios, renovar colmenas y adoptar prácticas técnicas más estrictas. La apicultura pasó de ser un oficio campesino y artesanal a transformarse en una actividad semi-industrializada, con protocolos sanitarios, registros y mayor conexión con la ciencia.
Chile en el contexto internacional
La Varroa había aparecido antes en Europa (años 60–70) y luego en Sudamérica (años 80). Chile fue de los últimos países de la región en recibirla, lo que le dio cierta ventaja: pudo aprender de la experiencia extranjera.
En los 90, universidades chilenas y organismos del Estado comenzaron a investigar y adaptar tratamientos (acaricidas, manejo integrado) para contener la plaga.
Por todo esto, los años 90 fueron dolorosos, pero marcaron un antes y un después.
Chile pasó de tener una apicultura campesina y vulnerable a sentar las bases de un sector moderno, capaz de enfrentar desafíos globales.
De alguna manera, la Varroa, aunque devastadora, preparó el camino para el siglo XXI, cuando la apicultura chilena se proyectaría al mundo no solo como productora de miel, sino como generadora de mieles únicas por su origen floral y su pureza.
👤 Personajes clave del siglo XX
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Carlos Echeverría Cazotte (activo entre 1898–1902)
Primer “funcionario apícola” de Chile. Profesor de la Quinta Normal y autor del manual Colmenas y Colmenares de 1902, base de la enseñanza apícola en el país. -
Apicultores anónimos del sur de Chile (1920s–1950s)
Aunque la historia no siempre los nombra, fueron cientos de familias campesinas quienes mantuvieron viva la tradición y consolidaron la producción en zonas como Los Ríos, Los Lagos y La Araucanía, donde la miel se volvió parte de la identidad local. -
Funcionarios y técnicos del Ministerio de Agricultura (1960s–1970s)
Impulsaron censos, programas de extensión y la transición desde colmenas rústicas hacia modernas, preparando el terreno para una apicultura exportadora.
Conclusión: Un siglo de tránsito
El siglo XX fue un puente:
Comenzó con cursos y manuales, se consolidó con congresos y exportaciones, sufrió con plagas, pero terminó con una apicultura moderna, con colmenas estandarizadas y una identidad productiva clara.
De las colmenas artesanales al desafío de la Varroa, la historia del siglo XX muestra que la apicultura chilena siempre supo adaptarse. Y esa capacidad de resiliencia es lo que permitió que, al llegar el siglo XXI, Chile pudiera soñar con ser reconocido como productor de mieles únicas en el mundo.